Si puedes cambiar tu manera de pensar, puedes cambiar tu futuro

domingo, 19 de mayo de 2013

Un abuelito es...


Solemos creer que la mejor forma de aprender es asistiendo a una clase teórica, realizando una práctica o quizás, leyéndonos un buen libro. Y es cierto que son medios útiles para aprender, pero muchas veces olvidamos que tenemos en casa grandes fuentes de conocimiento y nunca le prestamos la atención que merecemos. 


Estas fuentes de las que os hablo suelen tener arrugas que marcan la historia de cada una de sus vidas y el pelo cano, y cuando entran por la puerta, la disciplina en casa vuela. Sí, son exactamente ellos: LOS ABUELOS.


Muchos de ellos en centros especializados para sus cuidados, y muchos otros en casa, pero todos llenos de historias que contar, de sueños que cumplieron y otros muchos que les quedan por cumplir, de batallitas de cuando pequeños y de refranes que nunca fallan. 


Según me han contado en casa, cuando nací mi abuelo le dijo a mi madre que ella, como madre que es, tenía todo el derecho a reñirle si me mimaba demasiado o si él, como abuelo, no hacía las cosas bien.
¡Pero qué bien que le quedó! ¿Y al final? Nada. Mi madre le reñía por consentirme (cosa que sigue haciendo) y él siempre dice lo mismo: "tú déjame a mí".



Quien me conozca, sin necesidad de saber gran cosa de mí, sabe que mi abuelo para mí es lo primero.
Yo no sé cómo serán el resto de abuelos del mundo, pero mi abuelo Pepe y mi abuelita Concha son los mejores de todos. Y espero no levantar ampollas entre mis lectores, porque es evidente que para cada cual, no hay ninguno mejor que los suyos... Pero es que mi abuelo en concreto... Mi abuelo "se sale".


Como vivo con ellos estoy llena de sus vivencias porque todos los días dan lugar a una historia nueva de la vida que dejaron atrás. La conclusión que saco es que mis abuelos, y estoy segura que todos los abuelos del mundo, son más valientes que nadie porque, desde niños, tuvieron que luchar por conseguir un trozo de pan que llevarse a la boca en esos tiempos de posguerra que pasaron, muchos sin asistir a la escuela porque no tenían vestimenta ni dinero, y míralos ahora, capaces de leer las medicinas y las recetas de esos pasteles que tanto nos gustan.


Si es cierto que muchas veces me cansan porque se repiten mucho. “Niña, estudia”, “recoge el cuarto”, “no vengas tarde”, “¿con quién sales y dónde? ¿Tardarás mucho?”, “vas a coger una pulmonía así”, “¿eso es lo que vas a comer?” son algunas de las preguntas a las que me enfrento todos los días, por no decir que el paso del tiempo ya da sus frutos y se les olvida que ya me han preguntado algo y vuelven a hacerlo constantemente. Pero eso significa  que se preocupan por mí como nadie porque soy su niña. 

 

El problema es que hay personas que no lo ven con los mismos ojos que yo y los abandonan; permiten que todas esas historias fantásticas se pierdan en el olvido y se suman en la tristeza de sentirte inútiles. Y no queridos, porque no hay nada más útil que una persona mayor. 


No hablo de una utilidad manual ni una utilidad visual, y mucho menos auditiva. Hablo de una utilidad de reflexión sobre la vida y sobre el tiempo. Con un abuelo es seguro que aprendas a ser paciente y constante, a pensar que poquito a poquito y con trabajo diario se consiguen las cosas. 


Mi abuelo a mí me quitó el pañal y el chupete, me enseñó a diferenciar desde pequeña el jamón bueno del malo, afinó mi paladar, me enseñó a hacer trampas en los juegos de mesa, a quitarle el aguijón a una avispa y meterle papel para que no pudiera volar del peso… Mi abuelo a mí me ha enseñado a ser feliz. 

¿Y mi abuela? ¿Qué decir de esas tortillas de patatas de 10 cm de alto, de esas paellas tan sabrosas, de esos pucheros, cocidos y lentejas tan de mi abuela? ¿Cuántas veces le he pedido que me contara un cuento de pequeña, y ella sin más, se lo inventaba por y para mí?


Sé que todos los que leáis estos, pensareis en lo especial de cada uno de vuestros abuelos y deseareis abrazarlos, cosa que algunos podrán pero otros no… Por lo que me gustaría ofreceros la oportunidad de pasar un ratito con los míos y de escucharlos, porque quiero que sepan lo orgullosa que me siento de ellos, y ya que los tengo conmigo, ¿qué menos que permitir que otros se den cuenta de lo especiales que son?
Y esto es una propuesta que me gustaría expandir como futura educadora social que soy y que muchos se atrevan a compartir un ratito de sus vidas con esos viejitos que tanto y tanto tienen que contar, y nosotros, que escuchar.


Porque, ¿qué hay más especial que un abuelo?



 




Lo que los niños mas necesitan son los elementos esenciales que los abuelos proporcionan en abundancia, ellos dan amor incondicional, bondad, paciencia, humor, comodidad, lecciones de vida, y los mas importante: las galletas. (Rudolph Giuliani)

miércoles, 15 de mayo de 2013

Mi primer día de carrera



Tras toda una vida entera en los Escolapios, colegio que me ha visto en todas las etapas de mi vida, y tras una exitosa selectividad, ahí estaba yo, en las puertas de la que iba a ser mi Universidad durante, mínimo, cuatro años. 

Las dudas sobre si mi elección sobre lo que había decidido estudiar existían. Cuando decides que quieres estudiar algo fuera de lo que venían siendo tus estudios “normales y corrientes” de toda la vida, la gente de tu alrededor empieza a aconsejarte sin necesidad de que le preguntes. Sueles escuchar cosas como “no, eso no que no tiene salidas”. Mi respuesta siempre fue la misma, y es que hay veces en las que la mejor respuesta es otra pregunta: “¿y?”. 

Seamos realistas. Las cosas no están como para salir de la Universidad y empezar a trabajar así sin más, pero ¿qué esperas? 

Desde luego yo siempre  he sido una persona muy cabezota y, contra antes me decían “no hagas esto”, antes iba yo y lo hacía. Típico en mí. 

Para colmo, ir diciendo por ahí que quieres trabajar (al menos en mi caso) con delincuentes en cárceles y reformatorios es algo que no todo el mundo acepta del mismo modo. “Es duro”, decían. Pero realmente, ¿qué no lo es? ¿No es duro operar a un enfermo? ¿No es duro satisfacer a todas tus clientas con el peinado que les haces? Pues yo quería eso. Y punto. 

A lo que iba, que allí estaba yo el día 15 de Septiembre esperando a que alguien nos enseñara las instalaciones. 

En realidad iba nerviosa. No conocía a nadie y yo de primeras soy muy vergonzosa. Siempre había pensado que entrar en la Universidad te brindaba la oportunidad de empezar como alguien nuevo porque allí nadie conocería tu pasado a no ser que tú se lo contaras. 

No es que tenga ningún pasado oscuro, pero sí que pensaba que era como empezar de cero. Pero tampoco es así. Tú como persona ya tienes unos valores implantados en tu ser que no puedes borrar bajo ningún motivo. Además, fingir ser alguien que no eres no puede ser muy sano. Los demás deben quererte por quien eres realmente. ¿Conclusión? Sigo siendo la misma.

Mis siguientes dudas fueron sobre las que serían mis compañeras y compañeros durante cuatro largos años. Desde preescolar hasta bachiller siempre he estado en el mismo colegio, y aunque no me resulta difícil hacer amistades, sí que se me hacía inquietante. 

¿Y qué encontré? En su mayoría, chicas. Bueno, y un par de chicos, pero casi invisibles entre tantas melenas largas.

La Universidad ha cumplido muchas de mis expectativas, pero lo más difícil ha sido, sin duda, decir adiós a “mi cole”. Lo recuerdo con tantísimo cariño que no hay día que no se me venga a la memoria alguna de los momentos tan divertidos que he pasado en él. 

¡Cuánta razón llevaban mis profesores cuando me decían que acordaría de todo lo que me habían enseñado! Y no, claro que no hablaban de materia. Hablaban de valores. 

He tenido la suerte de crecer en un colegio que, además de enseñarme lo mínimo que hay que saber para cumplir con el mínimo de cultura, me han enseñado gran cantidad de valores, como el respeto, el saber estar, el no rendirme, el avanzar, la paz, ayudar a los demás, y un largo y extendido etcétera.

Yo fui una de las alumnas que mejor supo aprovechar eso, y que más jugo sacó de todas esa educación, y ahora que estoy “entrenándome” para dedicarme a educar, puedo comprobar lo importante que es que sea fructífera, pero eso supondrá un largo camino que, finalmente, se verá recompensado.


Gracias a los Escolapios, por aguantarme durante unos 15 años, y en especial  a todos mis profesores, ya que he pasado por las mejores manos. Gracias a ellos veo la vida como la veo hoy, y sin duda alguna ellos son parte de mi proceso educativo, el cual me ha llevado a querer dedicarme a crear esperanza y creer en el cambio.
http://www.calasanciohispalense.org/

lunes, 13 de mayo de 2013

Mi ángel de la guarda

Aquí os dejo algo muy importante para mí y que me gustaría que leyerais todos.
Lo hice como trabajo para Fundamentos Pedagógicos, y lo adjunto aquí porque es una gran parte de mí, y quizás así entendais el por qué de mi elección en esta carrera.






“Yo conocí a Marian en quinto de primaria. Aunque daba clases en secundaria, vino a sustituir un año al profesor de música.

Volví a tenerla en segundo y  tercero de la E.S.O. ya que fue mi profesora de Inglés. Así hasta segundo de bachiller, donde fue también tutora de mi clase.

Recuerdo a Marian en segundo de la E.S.O, hace ya 4 años. Me llamaban la atención sus labios y su pelo; sus labios porque eran gorditos y me recordaban a los de una cubana, y también me llamó la atención su pelo, porque pasó de tenerlo moreno y  largo por la cintura a tenerlo con mechas y corto, pero aún más corto era su flequillo.

Mi ángel el día de su boda

 En esos cursos Marian ya imponía lo suyo. Nadie le faltaba el respeto, y además era bastante chula. Era joven. No es la típica profesora mayor de la que todos se ríen. Por aquel entonces tendría unos 37 años.

Los años siguientes, lo que empezó a llamarme la atención de ella era el estilo que tenía vistiendo: su ropa era un tanto hippie pero no por ello estropajosa, ya que se veía a leguas la marca “Desigual”. A pesar de que no era provocativa vistiendo, eso no impedía que tanto profesores y alumnos nos diéramos cuenta del señor tipazo que tenía, y que 4 años después sigue teniendo.

Desde mi punto de vista siempre ha sido una profesora que ha destacado del resto por lo guapa que es, pero también por la forma en la que impartía sus clases. Siempre eran más dinámicas que las del resto: muchas veces los exámenes eran coreografías de baile, que supongo yo que serían para reírse de nosotros, y otras era aprendernos una canción en inglés y cantarla en medio de la clase, ¡quien sabe si para dejarnos en ridículo! Quizás esa manera de ver la vida sea lo que la mantiene tan joven por fuera y por dentro.

Recuerdo una vez, en el curso de tercero de la E.S.O. una actividad que realizamos en la clase de Lengua. Tuvimos que dividir la clase y enfrentar nuestros puntos de vista sobre un tópico bastante curioso. Pusimos el ejemplo de una princesa Disney que dejaba a su príncipe porque le era infiel y se iba con otro. Algunos defendían y otros la echaban a la hoguera. Pero allí estábamos todos, tomándonos la clase más en serio que nunca. Era una forma de ampliar nuestros puntos de vista, ya que a pesar de vivir en el siglo que vivimos, muchos somos más cerrados de lo que creemos, y al contrario que ella, no somos capaces de barajar más puntos de vista.

Además, que su aspecto físico no pasara desapercibido para ninguno de nosotros nos hacía pensar en miles de historias ficticias sobre ella, como por ejemplo que tenía un rollo a escondidas con el director del colegio, y que en las reuniones entre ambos en el despacho eran un tanto “divertidas”. Evidentemente todo mentira, pero a nosotros nos gustaba jugar a imaginarnos las historias que los profesores tienen pero que guardan para ellos.

Desde preescolar hasta bachiller, siempre he estado en el mismo colegio, por lo que por lo general mi relación con los profesores siempre ha sido bastante estrecha, pero nuestra relación se salía de esa estrechez. Acabamos considerándonos madre e hija.

Todo empezó a raíz de un viaje que hicimos vente alumnos y unos cinco profesores a Estados Unidos.

Era la primera vez que los Escolapios, mi instituto, salía del país, algo de lo que siempre nos veníamos quejando los alumnos en los viajes de curso. Y finalmente, lo conseguimos, aunque solo íbamos los alumnos con mejor expediente durante dos semanas a Minnesota.                  

A cada uno nos habían asignado una casa dependiendo de si queríamos que nos acogiera una chica o un  chico, o si nos importaba que tuvieran mascotas. Evidentemente yo elegí una chica y con animales.

Tras casi un día entero de viaje, llegamos a Chicago, donde hicimos escala. Tuvimos que dividir el grupo para llegar a Minneapolis porque perdimos un vuelo. En el primer grupo Marian venía con nosotros, porque los alumnos no podíamos viajar solos.

Es cierto que cuando viajas a un país extranjero, o te encuentras en algún sitio lejos de tu familia, de tu novio y de tus amigas, buscas cariño donde sea y de la manera que sea. Yo no tenía la confianza necesaria para ir abrazando por ahí a los que me acogían en esa casa, además ya sabemos que los americanos son un poco más fríos que nosotros, por lo que Marian fue ese punto de cariño y de calor materno que yo necesitaba. 
Juntas en Minnesota, Estados Unidos.

Pasadas las dos semanas, llegamos de nuevo a Sevilla, pero para mí sorpresa yo no me encontré a mis padres como locos gritando por mi llegada, que va. Al revés. Cuando llegué fue cuando me enteré que ya no estaban viviendo juntos. Posiblemente fue el shock más grande de mi vida. Tras 16 años largos super segura de que mis padres estarían juntos por siempre, en cosa de dos semanas todo eso se derrumbó, y yo me enteré en unos cinco minutos.

Me di cuenta que mi madre se acercó a Marian mientras yo saludaba a mi padre, porque claro, estaban separados el uno del otro.

Al día siguiente, Martes, ya tocaba ir a clase. Era mi primer día de curso, aunque el resto de mis compañeros ya llevaban unas dos semanas dando clase. Marian resultó ser también mi tutora, y ese mismo día me metió en su despacho para preguntarme sobre cómo estaba.

Yo ya conocía que ella tenía muy buena relación con una chica de la clase de al lado, con Cristina. Pero lo nuestro fue más allá de  cualquier tipo de relación que esperas encontrarte de una profesora y una alumna.

Pasaron los días, y como en cualquier separación tramitada a las malas, las cosas fueron a peor. Para colmo la relación con mi novio con el que llevaba dos años estaba en declive. No tenía amigas en las que verdaderamente apoyarme, y en mi casa la situación era aún más inestable que el resto de mi vida. ¿Cómo podía enfrentarme sola a algo así, tratando de aprobar además segundo de Bachiller y con ello poder acceder a la carrera?

Llevé preguntándomelo todo el curso, porque desde el primer día ya estuve fastidiada por las circunstancias, y por desgracia, una cosa así no se termina en un día justo. Mi vida se convirtió en un auténtico desastre. Yo no sabía lo que me pasaría al día siguiente, porque con cada día que pasaba, lograban sorprenderme más, y por supuesto, para mal.

En mi caso, la separación de mis padres afectó mucho a mi rendimiento escolar. Ya no tanto la separación en sí porque yo ya tenía una edad para aceptar que si no se quieren no tienen por qué estar juntos, si no por lo que vino después. Que mi padre intentara alejarme de mi familia materna y en especial de mi abuelito de mi vida me hizo creer que solo él llevaba razón y que ellos no me querían. Me metí en cosas y cuestiones en los que no tendría que haberme metido. Me vi envuelta en muchas preguntas sin respuesta, y me sentí que no valía nada y por lo tanto, no era capaz de aprobar el último curso.

Pero ella estuvo ahí.

Recuerdo muchas de las veces que estuve con ella en el despacho, llorando por supuesto. Una vez fui al cuarto de baño para poder evadirme del mundo, y ella se quedó conmigo. Entonces me dijo algo que para nosotras se ha convertido en algo clave, y que me hizo repetir para que yo misma me lo creyera aun sin querer, y fue “soy una persona feliz, muy feliz, aunque ahora esté pasando por un mal momento”.  Parece mentira que eso sirviera para algo, pero es algo que se me quedó grabado en la memoria y que ahora cuando paso un mal momento, recuerdo. Y me hace acordarme de lo fuerte y feliz que soy aunque no todo siempre sea de color de rosa.

Un día que fue muy especial para mí fue cuando, en su despacho como de costumbre, acabamos las dos llorando a moco tendido. Fue allí donde ella me contó algo que según dijo, solo yo sabía. Era sobre su madre, y hasta ahí puedo leer, porque es su secreto y como mucho, mío.

Marian fue esa persona que siempre me hizo recordar a mi madre, de la que en algún momento me olvidé por creer a personas que no debía haber creído. Marian fue mi ángel de la guarda. La que me llamaba cada tarde a mi móvil para saber como estaba. La que me decía cuantísimo valía. La que me ayudó a creer en mí. La que me enseñó a no arrepentirme del amor que daba porque, y lo afirmaba muy segura de sí misma, el amor que das acaba volviendo a ti tarde o temprano.

Puedes imaginarte mi cara cuando me dieron el boletín de notas. Tras 9 meses de infierno, las había aprobado todas. Me puse a llorar cuando ella me lo dijo, porque además me dijo que estaba muy orgullosísima de mí, y eso sin duda alguna fue lo que más me llenó.

A pesar de que me curré lo más que pude el curso, fue a ella a quien le dediqué mi aprobado, porque había sido la UNICA persona que había permanecido conmigo día tras día como si fuera algún tipo de bendición. Ella fue la que me animó cuando yo pensaba que iba a repetir, pero no.

Nuestra relación no paró ahí. Es más, el día de mi graduación fue ella quien me llevó en su coche. Nos lo prometimos. Ella tenía que seguir ahí hasta el último día de curso. Para colmo, el primer de Selectividad también fue ella la que me llevó. Y quizás fue eso lo que me ayudó a entrar tranquila al examen, y con ello, lo que hizo que aprobara selectividad.

Marian siempre destacará para mí entre todas las demás. Se refería a mí como “gordita” y de algo de lo que nunca me cansaré es de sus abrazos y de sus “te quiero gordi” antes de colgar.




Gracias a ella tuve muy claro que yo tenía que ser ese “ángel de la guarda” que ella fue para mí. Me sentí con fuerzas para ser yo la que le diera a adolescentes con carencias como con las que yo tuve ese cariño que no reciben, así como la atención y el impulso para seguir adelante.  Hubo momentos en los que me comporté como una autentica niñata, y rompía cosas y gritaba como una loca porque me veía sola en casa día tras día, pero tuve la suerte de que mi “mami postiza” apareciera en mi vida para evitar eso y para luchar por mí para que saliera adelante.

No tengo muy claro si todos podrían aceptar el trato tan especial que ella tuvo conmigo, pero sé de sobra que si eso no hubiera sido así y ella no se hubiera arriesgado a confiar en mí y en mis capacidades, yo no estaría aquí hoy. ¿Pero sabes qué? Soy una persona feliz, muy feliz, aunque pase por malos momentos, y eso jamás podrá olvidárseme.”



Te quiero.

viernes, 10 de mayo de 2013

Mi primer voluntariado



Nunca había participado en ningún voluntariado a pesar de que mis ganas eran muchas y así, de pronto, se me presentó la oportunidad de participar en un proyecto en uno de los barrios más marginales de España, si no el que más. Es un barrio conocido por todos los sevillanos, y no expresamente bien. Hablo del barrio de Las Vegas, en las Tres Mil Viviendas. 




Me encantaría trabajar en barrios como este, por lo que pensé que sería una buena experiencia y que me aclararía bastante si era eso realmente lo que quería.

Participé en una Asociación conocida como "Los Boom" durante tres meses. Esta Asociación lleva en el barrio unos 21 años, por lo que es muy conocida allí. Trabaja con niños de 9 a 18 años en el centro cívico “El esqueleto”.  Su propósito es educar a los niños en valores mediante juegos y talleres en los que se le inculquen sin que ellos puedan apreciarlo, ya que es un barrio con una cultura distinta, y evitar así que se quiten una mañana de la calle y puedan interaccionar con el resto de compañeros. Además se espera de ellos que en un futuro puedan ser ellos mismos los monitores que lleven a cabo el voluntariado, porque quienes si no ellos son los más interesados en que proyectos como este salgan a flote.
 

Debido a mi corta edad (17 en este momento), decidí dedicarme a los peques, "los lobatos". Recuerdo mi primer día de voluntariado, allá por primeros de Octubre. Llegamos al barrio todos los monitores disfrazados con muchos colores como si fuéramos piratas. Los niños bajaron corriendo al escuchar nuestros gritos de "¡¡SEMOS LOS BOOM!!". Eran muchos los abrazos que me dieron los pequeños, preguntándome que si era la nueva maestra y cómo me llamaba. ¿Yo maestra? Era algo que desconocía pero que me encantaba, porque entendía que así yo tenía un papel en la vida de esos niños.

Como es de esperar, el primer día es entero de juegos para que tanto ellos como nosotros nos conociéramos. Me llamó muchísimo la atención como, sin conocerme, venían y me abrazaban resguardándose en mí. Los nuevos monitores íbamos preparados para todo; insultos, mofas, bromas de mal gustos… Porque si ya de por sí es difícil controlar a un grupo de peques, imagínate de un barrio un poco más peculiar que el resto.

Conocí a muchísimos pequeños, y mis semanas pasaban con el único pensamiento de volver de nuevo y ver todas esas caras de recién levantados de todos ellos. Muchos me invitaron a sus casas a comer e incluso a dormir para que no tuviera que volver a mi casa, ya que la actividad terminaba sobre las tres del medio día.

Fue una experiencia increíble rodearme de gente tan increíble y sana como esos niños;  mis niños.

Recuerdo una vez como uno de ellos, en una excursión que hicimos al cine, me ofreció unas cinco veces un pastelito que tenía y que prefería darme antes que comérselo él. Y no os hablo de alguien mayor, sino de un niño de unos diez añitos.

Y es que creo que todos deberíamos vivir experiencias como la que yo viví, porque nos dejamos llevar muchas veces por los estereotipos y las etiquetas, y al fin y al cabo todos somos personas y dejamos pasar a personas increíbles y que sobre todo nos enseñan a mejorar como personas. Y os lo dice alguien que entró a “Las Vegas” con miedo y sin saber qué esperarse, porque lo que normalmente se escucha  no es bueno, pero no podemos olvidar, y menos los que queremos dedicarnos a la Educación Social, que son niños que se desarrollan en unas circunstancias menos favorecidas que las del resto y solo hay que indicarles el camino y darles el impulso que puedes faltarle en su entorno. El cambio existe, y no hay nada más gratificante que los abrazos y las sonrisas que a mí me dedicaban cada mañana.